Me gustaría cruzar la arboleda de nuevo / con la escafandra en la cintura. / Sonreírte una vez / o escuchar el silbido y volver al nicho. / Me gustaría escribirte una carta / y ver cómo la abres, / (sentirlo acaso). Un reloj marca indiferente / el paso de nuestro tiempo.
Poética para Cosmonautas.
"En 1975, el primer cosmonauta ruso en la Luna no consigue regresar, y se le da por perdido en el espacio. Él, sin embargo, a través de fantasmales mensajes de radio, clama haber vuelto a la Tierra y haberla encontrado vacía, sin un alma. Su irreal presencia y su voz irán destruyendo poco a poco el mundo de sus seres queridos. El Cosmonauta es una historia que habla sobre el recuerdo. Incluso sobre aquellos recuerdos que nunca existieron”. Así se esboza el argumento de El Cosmonauta un original proyecto del cine español que en un pocos meses ha conseguido que cientos de internautas se conviertan en productores de cine y que un buen puñado de personalidades de la ciencia y la cultura del siglo XXI estampen su firma apoyando el proyecto.
Sin subvenciones, sin haber producido jamás un sólo largometraje, estrenándose en la producción y dirección de una película, a pesar de que llevan años desempeñando tareas de responsabilidad en el mundo del cine español y realizando sus propios cortometrajes, con un plan de rodaje que incluye localizaciones en el Centro Espacial Gagarin, en Moscú, y en Madrid, con un completo equipo, involucrado al máximo en el proyecto y que cobrará si la película da beneficios (lo que sería el sueño de cualquier empresario del Siglo XIX), pero motivados por la necesidad de hacer de pioneros en un nuevo modelo de producción que reubique el cine en el contexto de la revolución tecnológica del siglo XXI, donde la gente ha pasado de ser parcelada y segmentada por las campañas promocionales, a convertirse en agentes activos de la promoción de los bienes culturales de los que controlan su distribución y difusión.
Riot Cinema Collective formada por Bruno Teixidor, diseñador gráfico y Director de Arte, Carola Rodriguez, Jefa de Producción y Nicolás Alcalá, guionista y director, tiene un bonito lema: “Para estrellar un coche en una película no hacen falta ni diez mil dólares, ni un choque, ni un coche” lo que explica bien que aquí no se trata de presupuestos millonarios sino de hacer cine usando para ello recursos exclusivamente cinematográficos y no trucos financieros. Sólo hablando de cine, contando el proyecto y la manera de llevarlo a cabo, han conseguido un maremoto en internet. Nacho Vigalondo, nominado al oscar, J.L. Ruíz de Gopegui, ex-director de la NASA en España, Richard Stallman, fundador del sistema operativo GNU/Linux, Joan Fontcuberta, Premio Nacional de Fotografía, Sergey Volkov y Boris Volynov, ex-cosmonautas rusos, les apoyan. Y los internautas, no sólo a través de sus webs, sino también económicamente. Toda una lección para conectar con el público y ofrecer, realmente, lo que ahora la gente busca para relacionarse con la producción cultural, porque la gente no se ha alejado de la cultura, se ha alejado de su compra-venta.
Este proceso, la reescritura de las reglas de con las que se relacionaban cultura y mercado, ha sido bien entendido por los creadores del filme. El Cosmonauta se produce bajo una de las licencias de copyright más libres de escenario internacional de derechos de autor, y de gran éxito en España, la Creative-Commons Atribución-Compartir Igual, que autoriza a editar, copiar, remezclar y compartir el material de la película, lo que incluye todas las imágenes filmadas, el guión, el story board y el diseño del merchandasing del film. Todo. De esta manera cuentan con la ayuda de decenas de artistas de todo el mundo que colaboran enviando materiales, creando diseños para la película a cambio del reconocimiento público, amplificando el efecto llamada de la construcción de una creación colectiva, como es el cine.
La propuesta de Riot Cinema era aparentemente imposible. Que los internautas, que han puesto en jaque a la industria cultural intercambiando contenidos de forma gratuita, pagaran por convertirse en productores de una película de ciencia-ficción española a cambio de que el material tuviera un copyright libre, que libremente pudieran redistribuirlo y modificarlo incluso, de salir en los títulos de crédito y de que sus contribuciones pudieran ser canjeadas en especies, libros, camisetas, dvd's de coleccionista. No se puede decir que no se trate de un trato justo: la sociedad gana ya que el conocimiento, la experiencia y las creaciones del filme quedan a disposición de todos, se convierten en un bien común. La productora gana porque consiguen sacar adelante un proyecto que les ilusiona a la vez que les da a conocer y les proporciona el prestigio de los pioneros. Los internautas ganan, sobre todo intelectualmente, porque aprenden que la creación tiene un coste en horas de trabajo que ha de ser, de algún modo, retribuida, recompensada, en unos tiempos en que, aprovechando las descargas, la caverna se ha lanzado alegremente al cuello de los creadores españoles porque le son incómodos, también políticamente, y cree que puede substituir fácilmente a músicos, guionistas y cineastas por otros, más insípidos, y que a ser posible hablen en inglés.
Si el cine cooperativo, como el del grupo Dziga-Vértov de Jean-Luc Godard, naufragó en la tempestad de los intentos, también fallidos, a los que está obligada toda vanguardia, el del comienzo del siglo XXI no puede ser más prometedor y sin asumir, todavía, la condición de vanguardia también artística se convierte en explorador de los rumbos a los que está obligado cualquier sector en crisis. Para empezar, y dado que la obra es posible gracias a una conjura de voluntades, publican sus cuentas, y harán lo mismo con los contratos y la contabilidad del film. El Cosmonauta cuesta unos cuatrocientos mil euros. La productora, el equipo artístico y el equipo técnico capitalizan sus sueldos y cobran un porcentaje de los beneficios. El resto se obtiene de la participación de la comunidad que se crea alrededor de la película, previamente a ser filmada, y de los inversores y patrocinadores que llegan al son de esa misma marea humana. El impacto publicitario que ha tenido, completamente gratis, El Cosmonauta, gracias a internet, seguramente no lo han tenido muchas de las películas extranjeras estrenadas en España y casi ninguna de las españolas. No es mala forma de empezar donde muchos pensaban que la cosa se acababa y no se podía reinventar.
La doctrina de este nuevo modo de producción se resume, según ellos mismos, en argumentos tan aplastantes como que hay mil quinientos millones de usuarios de internet en el mundo y esta cifra crece un diez por ciento cada mes. Que cada año se produce más información escrita en internet que en los cinco mil años anteriores. Que una semana de información en el NY Times es más de lo que una persona del siglo XVIII recibía en toda su vida. Que en los últimos cinco años la cantidad de anual de espectadores en los cines ha decrecido en cuarenta millones. Que lo que antes tenía un valor monetario está dejando de tenerlo, pero su valor cultural y de difusión aumenta cada día. Que cada mes se ven quince mil millones de vídeos en streaming... sólo en Estados Unidos.
En pleno siglo XXI algunas de las utopías del siglo XX, sobre todo las referidas a la información, la comunicación, y la cultura, han dejado de ser eso, utopías, las otras quizás tengan que esperar un siglo. El Cosmonauta cuestiona hábilmente algunos de los preceptos tradicionales del negocio en la cultura y contribuye a la reapropiación que ha hecho de esta el público. Mientras que el modelo de capitalismo desde arriba está agotado en los bienes culturales, y los hábitos de los antaño consumidores lo demuestran cada día puesto que éstos han encontrado la manera de saltarse todos los intermediarios que restringían su acceso, con la consiguiente destrucción de parte de las bases que sustentaron la industria durante casi un siglo, la refundación de las reglas del juego ha exigido que se los reconozca como parte del proceso creativo y productivo. No es “el futuro”, el futuro se lleva escribiendo desde hace más de veinte años.
Por José Ramón Otero Roko
Publicado en la Revista Cine Arte 16, en la Revista de Cine Mabuse (Chile) y en la Revista de Estética y Arte Contemporáneo Salón Kritik.