Del 13 al 20 de Noviembre la ciudad de Huelva devolvió a Iberoamérica parte del sueño que arrebataron los llamados “conquistadores”, hace unos cuantos siglos y unos cuantos millones de vidas. Si el escenario, embarrado, del espectáculo de la política exterior global, presenta, en sus esquejes de habla castellana y portuguesa, una iteración constante del chantaje electivo entre el blanco y el negro (el indio, el mestizo), del bien blanco, blanco, y del mal negro, negro, la propuesta del panorama iberoamericano del cine en Huelva deshace la mayoría de las presunciones que abona la ideología dominante de nuestra época y las invierte, realizándolas en un obsequio, de una clase, que desmiente a los dominadores y devuelve la humanidad a los dominados.
Símbolo de ello, de una institución imaginada, y por tanto provisional, que sería representada en el espacio autónomo, temporalmente, del espectador, elevado a la categoría de público, en razón de que lo que ve le compromete y por lo tanto, de un modo u otro, le participa, sería la serie de films, de las que se presentaron los dos primeros en la sección oficial del festival onubense, dedicadas a los libertadores americanos, “Martí”, de Cuba, e “Hidalgo”, de Méjico, a las que se suman “Artigas”, de Uruguay, “Túpac Amaru”, de Perú, “Bolívar”, de Venezuela y Colombia, “Tiradientes”, de Brasil, “O'Higgins”, de Chile y “San Martín”, de Argentina, todas con capital español, pero con equipo técnico y creativo de los respectivos países.
La particularidad de estas películas, más allá de la difusión de los rasgos literaturizados de los personajes, y en la emoción y comprensión que pueden aportar, está en la producción, en la desasimilación de los roles a los que imperio y colonia se verían abocados si reprodujeran los tópicos y los complejos en los que cierta manera de asumir la Historia, por parte de los que tienen el doble papel de explotadores y vencidos, se perpetua en el paternalismo desafecto hacia los fugazmente emancipados hace 200 años.
Producidas por TVE bajo la dirección de Manuel Pérez-Extremera, la española Wanda Films, y sobre todo por su impulsor e ideador, el hispano-uruguayo Sancho Gracia, muy conocido por su papel en la serie Curro Jimenez y menos por sus series sobre los maquis o Goya, este proyecto merece ser reseñado precisamente porque anticipa un marco de relación de la industria cultural en que se evolucione desde la ignorancia unilateral de España sobre la historia de América a la divulgación de sus señas de identidad encarnadas en los mitos nacionales.
“Hidalgo, la historia jamás contada” del mejicano Antonio Serrano, que se estrenó en la gala inaugural del festival, servía de bandera al proyecto. La historia de un cura, rector de un colegio jesuita, anticipador de la Teología de la Liberación, librepensador, amancebado y con dos hijos, traductor de Moliere, prohibido como él por la inquisición, perseguido en su doble condición de libertino y proto-libertario, militante de la heterodoxia y del antiimperialismo.
La ausencia de rasgos positivos en los jerarcas de toda índole, eclesiales, políticos, militares, incluidos los españoles, la abundancia de virtud en la vida apasionada de Hidalgo en contraste con la delación cotidiana de todos los que aspiran a conservar el miserable privilegio, las notas sobre la administración de los intereses del poder, que aparece superficial, y superfluo, a la naturaleza humana, nos devolvía una película esclarecedora sobre las bases de la libertad. Hasta el mito, interpretado por Demián Bichir, premio a mejor actor del festival, aparecía con claroscuros, indigerible para los arrendadores de patrias.
Fortalecidos en esta devolución a América de lo que se le arrebató en 200 años de lamentos, la ganadora del Premio al Mejor Largometraje y del Premio “Llave de la Libertad” concedido por los presos de la cárcel de Huelva, “Hermano”, de Marcel Rasquín (Venezuela, 2010), se infringía en una historia de resolución individual de la condición colectiva. Más allá de la pobreza extrema, de lo que queda de la vida en los barrios destruidos de los arrabales de Caracas, los protagonistas, dos hermanos, expresaban una propuesta de solución personal al paradero que comparten con los casi todos de casi todas partes. Así escapar a la muerte es obra de un don, ni siquiera de uno mismo, sino del azar que proporciona un talento que puede ser vendido en el mercado de los unos. Pese a ello la historia tenía una moraleja que no se puede obviar aunque repita la de los tiempos que corren. La historia trata de los que salen al campo y, mucho menos, de los que lo contemplan.
Premio Especial del Jurado y Carabela de Plata a la Mejor Ópera Prima, fue “La Sociedad del Semáforo” del colombiano Rubén Mendoza, que en la rueda de prensa declaraba sobre el film “Hay gente que le molesta mucho que se rueden ciertas cosas pero parece que no les molesta que existan”... Interpretada por un puñado de personajes de la calle y algunos actores profesionales, se trama un guión sobre las comunidades de excluidos que se crean alrededor de los coches en los pasos de peatones, formadas por mendigos, oradores, vendedores callejeros, malabaristas, escribientes, lisiados, drogadictos, gente, en fin, igual a los demás, excepto porque ya fueron ejecutadas sus hipotecas. La película presenta, rugosa, un interés al que falta autenticidad a ratos y a ratos aparece la lucidez. Como cuando un niño mendigo se suicida ahorcándose de un semáforo, la policía se persona y uno de los habitantes espeta <<Aquí les dicen la autoridad, por ser los autores>>. Demoledora frase ante la muerte de uno de aquellos de los que la sociedad prescinde desde su nacimiento.
“Ispansi”, “Españoles”, en ruso, de Carlos Iglesias, director de “Un franco 14 pesetas” (2006), recibió, en esta edición, el Premio del Público en el Festival de Huelva. Se trata de la segunda parte de un tríptico sobre la emigración, como ya se hiciera con la económica, ahora con la política, la de los exiliados, que en esta ocasión sigue el avatar de los niños de la guerra y de los maestros y republicanos que les acompañaron en su viaje a la URSS. Bien caracterizada, pero con algunos altibajos en la interpretación, con una historia que interesa al público y que se construye alrededor de la travesía sentimental de una madre soltera de aquella época, tiene, sin embargo, un plano final que convendría reflexionar, a propósito de lo que el azar, y a veces la conformidad con ese mismo azar, un banco rojo en un parque blanco, nevado, y alguien que fallece el mismo día que muere Franco, deja casualmente impregnándose en la retina del espectador.
“La Vieja de Atrás“ de Pablo José Meza, coproducción de Argentina y Brasil, premio a la mejor actriz a Adriana Aizemberg, es una película mucho más consciente de que el público, al otro lado, está zurciendo sus sensaciones a sus pensamientos a medida que avanza el metraje. Seguramente las historias que nos parecen más habituales, menos especiales, menos extraordinarias, son las más difíciles de contar. Aquellas a las que dedicamos apenas un minuto cuando informamos a una amiga reciente, o a un amigo, de un año de nuestras vidas que no tuvo grandes acontecimientos, o que estos se vieron envueltos en una rutina que revestía los hechos trascendentes de una película que nos los mostraba habituales, incapaces de determinar, por si solos, toda la existencia. Y es ahí donde Pablo José Meza pone la cámara, donde no hay vida vivida pero tampoco costumbre, donde la experiencia no lo es ni en una ni en otra acepción, donde las vidas normales se apagan sin encontrar una razón que justifique en sí misma a dónde fue la adolescencia y a dónde va la vejez.
“La Mirada Invisible”, de Diego Lerman, coproducción de Argentina, España y Francia, renueva los modos de acercarse a la historia de la dictadura argentina a través de las pulsiones sexuales de la autoridad, las de los ciudadanos conformes con el orden instituido en sus tiranías particulares y generales. Silenciada en los premios, seguramente por ese desafío sustancial que deja ante la forma del poder, al fin y al cabo el progresismo todavía tiene la puerta cerrada en muchas alcobas y el deseo, para algunos, no deja de ser eso que se compadece mal con las ideas, expresa la represión de los cuadros invisibles de la jerarquía, la de un colegio privado durante el directorio militar en Argentina. Extraordinariamente bien interpretada por Julieta Zylberberg, que en la rueda de prensa dejaba claro lo bien que entendía la naturaleza de este personaje, traduciendo el aserto lacaniano de que la protagonista tiene 'la sexualidad que puede' (el sujeto que no es libre, al fin y al cabo, es lo que puede, no lo que quiere) se exponía la consecuencia de la organización vertical de la sociedad, la mutación de la disciplina general en anomalía interna y su corolario en forma de conclusión esencial de una manera de distribuir el sentido de los otros. Imprevisible, hasta el punto en que la dictadura es sólo la caricatura grotesca de las relaciones de poder que vivimos en la democracia neoliberal, el film dejaba la caricia de una crítica mucho más inherente que la de sus formas regulares.
Por tanto, por tantas películas que hemos visto dibujadas en la responsabilidad de quienes se comunican en una cultura común que, para los que no la practican, les parece un gasto excesivo el de una obra cinematográfica, el Festival de Cine Iberoamericano de Huelva ha cumplido la promesa de mostrar al mundo el mundo posible y el mundo que, efectivamente, no existe. Gran edición para un gran cine.
Publicado en en el Periódico Diagonal y en las Revistas Cambio 16 y CineArte 16 (Diciembre de 2010)