Pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos.
- Nicolás Maquiavelo.
Muchos ciudadanos aceptan sin mayor problema que la máxima representación del estado sea hereditaria y se ostente de progenitor a vástago, arrojada, además, como un pesado trabajo que exige el sacrificio de suplantar a la plebe que no paga los mismos impuestos que paga uno, o sea, nada. Quizás porque las monarquías sólo ofrecen a individuos puestos ahí por la antigua, y cara, ley de la sangre, y porque de diario únicamente representan a los que, aparentemente, están algún escalón por debajo en la escalera de los privilegios, la mayoría del pueblo acepta sin reparos no sentirse responsable de la elección de un zorro más en el gallinero sobre el que la opinión pública tenga la libertad de informar y reflexionar y por tanto de recordarle a los electores la consecuencia de la dejación de sus derechos democráticos, o la altura moral de una sociedad que se resuelve en la catadura de los que la suplantan en las instituciones.
Explicado lentamente, como es necesario, ofreceríamos una radiografía que se detuviera más pausadamente en las relaciones entre dos acontecimientos masivos y cotidianos, y por su importancia para el poder falsificados, como son la monarquía y la televisión. No es del todo necesario si podemos echar mano del destilado que se da en el Festival de Montecarlo que reúne por un lado la producción televisiva dirigida al control de pensamiento en las sociedades llamadas democráticas y por el otro una empresa privada, dedicada al juego, propietaria de un país, con las ventajas legales que ello le supone, y rectora de una monarquía parlamentaria de descendencia fingida que hace enrojecer a sus mucho más discretos co-régulos del resto de Europa.
De esa manera encontramos sintetizados dos de los elementos clave del paisaje de la realidad virtual de occidente, la apariencia de su poder y la apariencia de su libertad, indignificada en su ocio. El poder se dedica a apaciguarse donde hay súbditos, mientras dispone del monopolio de la libre empresa, noble ejercicio que nunca ha encontrado dignos ejemplos acaso porque hacían esencial lo que más les perjudica, la avaricia y la propiedad. Así se dispone de la totalidad de los casinos y de la mayor parte de los hoteles, y todos sus servicios asociados. El monarca finge la generosidad de ofrecer todo un país a cambio de una moneda. El visitante acepta encantado consciente de que se trata de misma comedia que hacían los sastres en el cuento de “El traje nuevo del emperador”.
En el centro de exposiciones Grimaldi, en Montecarlo, el barrio más lujoso del lujoso Mónaco, se celebró el pasado mes de Junio la cita anual de todo lo audiovisual que puede ser comprado y vendido sin provocar la desconfianza de los electores más socializados de izquierda y derecha, o sea, todo lo que no es ni por un lado publicidad exactamente, ni por el otro, cine o arte. Son las noticias de los ministerios del amor y la verdad, las series televisivas de adoctrinamiento, los reportajes de valor humano que las concesiones públicas del espectro radiofónico a veces regalan como una caridad, como un comedor de beneficencia en el que el contribuyente puede renovar su confianza en una estructura vertical y, por tanto, obsoleta.
“Mad Men”, popularizada en España a través de las redes de intercambio de archivos, la serie de Lionsgate Television, protagonizada por Jon Hamm en el papel de Don Draper y January Jones en el papel de Betty Draper, obtuvo el premio a mejor serie dramática del año. “Modern Family” de la cadena ABC y Twenty Century Fox TV, que juega las bazas de la diferencia cultural en un barrio blanco de clase media-alta de Los Ángeles, el premio de mejor comedia, acaso porque, siendo beneficiario de la poco frecuente circunstancia de tener una cuenta saneada en un banco de EEUU, los prejuicios pocas veces dan para un drama. “CSI” y “Mujeres desesperadas” los premios del público, lo que es una muestra de hasta qué punto están programados los gustos del espectador. Casi se podría afirmar con seguridad que este es el único galardón que no deciden los asesores culturales de los Grimaldi. Todo el palmarés es cuidadosamente elegido con el fin de reforzar la imagen pública del príncipe, que posiblemente tiene como divisa secreta del festival la famosa frase de Nicolás Maquiavelo: “En general, los hombres juzgan más por los ojos que por la inteligencia, pues todos pueden ver, pero pocos comprenden lo que ven“.
La frase de Maquiavelo es si cabe más conveniente para hablar de los premios en los canales de información 24H de TV. “Tunisie, La Révolution en Marche” de France 2 y “Laugh it Away and Say Goodbye” de la Nippon Broadcasting Company, fueron ganadoras ex-aequo al mejor documental informativo. Las dos presentan esa combinación de denuncia social y falta de memoria necesaria para que el mensaje pase el filtro de la dirección de los medios de subcomunicación de masas. En la primera prima el optimismo y la hospitalidad del ciudadano bien pensante de occidente que acoge a la joven sociedad civil tunecina a la democracia neoliberal. Se presenta el caso como la reparación de una sociedad corrupta y la reclamación del modelo europeo del que nadie, informado a través de una de las parabólicas que pueblan los tejados árabes, puede decir que contenga insatisfechos, indignados y víctimas. Tanto da, el verdadero impulso de estas revoluciones no está en la televisión, que ha perdido su facultad de liderar la opinión pública, sino en internet, donde la información se ha vuelto colectiva y horizontal, pasando de perfil en perfil en Twitter y Facebook hasta llegar a las incipientes clases medias de Túnez que saben que no encontrarán una tierra necesariamente mejor en la UE, sino que ese mundo mejor hay que empezar por construirlo en casa.
“Laugh it Away and Say Goodbye” (“Reírse de la basura y decir adiós”, llamativo título para la ganadora del premio) tiene un leit motiv que no explota el planteamiento de la historia, simplemente porque no es conveniente hacer conscientes a los pequeños y medianos empresarios de su propia precariedad. La película retrata un pequeño taller en Japón, subcontrata de Toyota, en el que tres amas de casa pegan rodamientos de plástico de una de las piezas de los coches de esta marca japonesa. En 2008, con el hundimiento de Lehman Brothers a causa del negocio hipotecario de los préstamos basura, la venta de coches se seca y las tres mujeres ya no son necesarias, no tienen ni que despedirlas, simplemente cesan como suministradoras. Lo que otrora hubiera sido una obrera perteneciente a un sindicato y en solidaridad con sus compañeras, ahora se trata de una empresa, con una patrona precarizada y dos subalternas con las que comparte la tarea de la producción en cadena en una mesa en un garaje. ¿Qué hacen? Reírse, compartir sus pequeñas historias y sentirse hermanas en la resignación, todo un ejemplo de sociedad avanzada que seguro no ha llevado a Túnez a salir de las calles, o, visto más profundamente, es exactamente lo que en realidad ha llevado a Túnez a la rebelión.
Montecarlo es una prueba de la que tras dos años de concurso anotamos y valoramos la experiencia. La valoramos, porque todo está tasado, en términos de ganancias y pérdidas, y las amables invitaciones de este festival no han podido suplir la sensación de comedia y pantomima de las buenas intenciones que esta ciudad costera del Mediterráneo exhibe haciendo piadosa la caridad a los desengañados. No merecemos piedad, ni nosotros ni ellos, y no es posible enjugar la conciencia de los directivos de los principales canales del mundo en los premios de la URTI, mientras se hacen la foto con un mozambiqueño ataviado con su traje tradicional. Internet ha visto desnuda a la televisión y esta aplica con indignante frecuencia aquella otra máxima de Maquiavelo: “Si el partido principal, sea el pueblo, el ejército o la nobleza, que os parece más útil y más conveniente para la conservación de vuestra dignidad está corrompido, debéis seguirle el humor y disculparlo. En tal caso, la honradez y la virtud son perniciosas“. No nos es posible compartir ese consejo, gracias de todos modos.
Publicado en el Semanario Cambio 16 y en la Revista de Cultura Babab (Julio de 2011)