Puede que todo se trate de un exceso de empatía. Elegimos un recorrido por la carta audiovisual de la jornada, en un festival de cine, en la programación de un canal temático, en el ciclo de una institución cultural, en la parrilla de estrenos, en la videoteca casera, y cuando tratamos de ordenar qué hemos visto para presentar un resumen del informe íntimo que tenemos pendiente, nos damos cuenta de que el recorrido se vuelve de algún modo geográfico, de una geografía política en la que las fronteras se achican y se vuelven insalvables para la deriva de nuestros sentimientos.
De unos meses para acá miramos más atentamente las películas griegas, portuguesas, irlandesas. Nos preguntamos si quienes las hacen están pensando en lo mismo que todos, si es la hora de las sartenes o las guillotinas, o si sienten la censura del mismo modo, consciente e inconsciente, obligándonos a leer entre líneas, reservando su mensaje sólo para los que están más despiertos.
“Cien mañanas”, del irlandés Conor Horgan, editada y distribuida por Cine Binario, un nuevo sello granadino, es una película de ciencia-ficción que va de eso. ¿Qué pasa si llega el apocalipsis? Si llega vamos a intentar parecer civilizados, vamos a ser solidarios hasta donde podamos, vamos a colaborar mientras la comida no escasee y los que mueran no sean los que tenemos al lado, que son, por un tiempo, hasta que todo esté a punto de acabar, los que menos tememos.
Esa es la tesis de la clase media, civilizada, moderna hasta cierto punto, madura pero aún joven, en peligro de extinción. No nos matemos si no queda más remedio, no nos robemos la comida mientras podamos compartirla. Pero cuando tus vecinos, en un pequeño pueblo lejos de Dublín, son los tipos que antes del apocalipsis compraban “La razón” irlandesa las cosas se complican. Esa otra clase media te despacha haciéndote un favor, para que su dios te juzgue y te ponga en tu sitio, que ya verás, porque fuiste un libertino, una libertina. Te roba las latas de comida “para las que hay una razón de estado”, que es del estado en que se encuentran ellos, o sea, en el que mejor se encuentran. Y entran a tu casa como ese casero que tuvisteis que subía a inspeccionarlo todo para que quedara claro que, a pesar de los 900€ de alquiler, para él es como si os hubiera dejado durmiendo ahí gratis y encima le debéis un favor.
Mientras no llega del todo el apocalipsis lo que está encima del tablero es si es el fin del mundo para ellos o para nosotros. Al menos sobre el papel, porque como todo órdago en realidad tiene truco. Si es el final para nosotros a la larga es el final para todos. Si es el final para ellos es que habrá un futuro para todos. Su fin y el nuestro son su final. Y puestos a acabar de uno de los dos modos lo más saludable será anticiparse y no terminar matándonos entre los desposeídos y los que están a punto de serlo.
José Ramón Otero Roko
Publicado en el Periódico Diagonal y en Diagonal Web (Julio de 2012)