15 de diciembre
Regreso con sólo tres libros de Cuba. El primero de ellos es un librito, del que consigo llevarme varios ejemplares a España gracias a la crítica cubana Ana Busquets, quien me indica un lugar en el Cine Chaplin donde puedo comprarlos por unos pocos pesos, y que consiste en un homenaje a un texto capital en el cine latinoamericano escrito por el crítico cubano Julio García Espinosa y llamado “Por un cine imperfecto”. La tesis es que la maquinaria de los sueños funciona perfectamente en Hollywood y, a ese respecto, hacen a veces (o hacían) películas perfectas, desde un punto de vista estrictamente productivo. En cambio Julio García Espinosa reivindica un cine revolucionario que tiene que mover la máquina de la realidad, y lograr, bajo la mirada de la historia de las obras cinematográficas, películas imperfectas (como la realidad misma), pero perfectamente vitales. Es curioso cómo se contrapone la fantasía, y resulta ser contrarrevolucionaria, con la realidad que, por ser perfectible, al mostrarse pone en movimiento el deseo de transformarla. Los sueños que soñamos despiertos, pienso, sólo nos son útiles como consecuencia de un proceso crítico, dando lugar a un más allá de lo real que nos convoca y nos espolea. En cambio cuando vemos los sueños que no hemos soñado hechos realidad, como se empeña Hollywood en fabricar cada año, sus sueños nos alienan, pertenecen a un sujeto artificial que viene a sentarse en la misma butaca que nosotros y a suplantarnos.
14 de diciembre
Salgo a hacer fotos por La Habana vieja y siento vergüenza de ser llevado por un taxista en un pequeño carricoche a pedales. El hombre sabe que el objeto del trayecto no es conocer el centro turístico sino “haberlo visto”, un sucedáneo de la experiencia de “haberlo vivido” con algo más de intensidad que contemplarlo en flickr. Le pregunto sobre los turistas, sobre su trabajo, sobre los sótanos del estado. La policía es dura, me dice, las cárceles son correctas, yo ahora soy un trabajador por cuenta propia. Trabajar para uno mismo, trabajando para los demás, es no acabar de tener nunca ni salario ni plusvalía.
13 de diciembre
Después de diez días de triples sesiones cinematográficas en la sala del Instituto Cubano de Cine nos reunimos el jurado en el hotel para deliberar el premio de la crítica. He escrito unas líneas en inglés con mis argumentos a favor de la película que propongo y estos resultan convincentes para varios compañeros. Ganamos. O mejor dicho gana una película mexicana, “Los mejores temas”, de Nicolás Pereda. Es una suerte poder darle el premio al cine que uno defiende, como dijo, y yo le recuerdo, el crítico canadiense, y compañero del jurado, José Teodoro días antes. Pero a mi me entristece participar de un privilegio heredado de las viejas instituciones formadas con la Ilustración. Dentro de treinta años sonará ridículo que los premios los dieran cinco críticos reunidos en la terraza de un hotel. Esos premios que hace mil años daba el rey y que se “democratizaron” para que los otorgaran cinco virreyes provisionales. Los premios, si se dan, se darán después de meses de debates públicos en la red en los que participarán libre y razonadamente cientos de personas. El cine se polarizará entre falsos sueños y otras realidades y todo indica que el público que elija conocer esas otras realidades se hará, ya se hace, cada vez más poderoso dentro y fuera de la pantalla.
12 de diciembre
La corte moderna está alrededor de las embajadas. Desprovistos los reyes de una relevancia política pública que por otro lado sólo les interesa de manera ornamental para, en la penumbra, hacer sus propios negocios privados, los cortesanos con alguna visibilidad, y una influencia aún más escasa que su fama, se reúnen en las recepciones de las embajadas. Pero lo que queda marcado en mi memoria es esos 45 minutos de trayecto hasta la delegación diplomática, apretado en una furgoneta, acompañado de una docena de miembros de los distintos jurados. Miro por la ventana mientras cruzamos rápido una ciudad de América, vacía de noche, camino de la residencia de un país amigo, y pienso en los muchos que han tenido que vivirlo de verdad cuando han triunfado los intereses que sujetan con hilos invisibles a la clase política occidental. Y me sorprende concebir imaginariamente el trayecto de esa manera. No soy un entusiasta, ni un defensor a ultranza, no me considero con legitimidad para ello por mi condición libertaria, y, pese a todo, veo la sociedad que construyen, la comparo con el veneno que siembra la clase dominante en España, y pienso que los cubanos tienen muchas menos posibilidades de ser en el futuro responsables de la hecatombe a la que se encamina la tramoya y la candileja mundial. Los mismos detalles esenciales están en juego en uno y otro sitio, pero los grandes rasgos dibujan dos rostros diferentes.
11 de diciembre
Rolf-Ruediger, compañero de jurado, me dice mientras esperamos: “el socialismo es muy lento”. Y le contesto intuitivamente: “pero va en la buena dirección”. Rolf carraspea y dice: “sí, pero muy lento”. Y yo le repito: “camino de un lugar mejor”.
10 de diciembre
Las tres películas cubanas que se proyectan en la sección oficial son un golpe duro para quienquiera que vea al pueblo cubano como un sujeto histórico con un ímpetu inequívocamente revolucionario. Las tres hablan de una sociedad que se siente con menos herramientas que las que les correspondería usar por la educación que ha recibido y la preparación que tiene. Saben que parte de esas herramientas se las quita el bloqueo yanki, pero conviven con la certeza de que alguien en particular, que puede ser uno mismo, no todos, podría hacerse en el capitalismo con la totalidad de lo que desea. Creo que esa posibilidad egoísta les avergüenza y prefieren que se lo regale el amor de un extranjero. Por ejemplo alguno de los muchos españoles que vienen a Cuba y sufren de súbito una especie de euforia socialdemócrata con su país de origen. “Todo lo que tenéis bueno aquí”, dicen, “lo tenemos en España, como la sanidad, la educación y la cultura, y además cobramos 3000€ al mes y podemos comprarnos ordenadores, colchones y televisores”. El español que no sabe que todo eso fue parcial en su alcance, además de coyuntural y debido a la presión que durante muchas décadas ejercieron las organizaciones revolucionarias por un lado y las altas condiciones de vida de los trabajadores en el Este de Europa por otro, deja a un lado su papel de entrenador de fútbol en la sombra y se siente con esa clase de visión de Estado que hace creer a algunos que su circunstancia pasajera es un principio que exportar, casi que imponer, a sus coetáneos. El cubano que prefiere prestar más atención al turista que a sus intelectuales, sobre cómo viven los trabajadores en el resto de la tierra, sueña con marcharse y hacerse tan rico como parecen los extranjeros. No sabe nada de favelas, de drogadicción, de religión parásita del estado, de corrupción a escala masiva, de guerras por intereses petrolíferos, de moral enemiga del derecho, y viceversa, de poderes públicos secuestrados por los poderes económicos. Recuerdo al rector de una universidad cubana que vino a principios de siglo a España y decidió quedarse. Trabajaba de camarero en un hotel. Decía que no quería pensar si se arrepentía o no porque entonces se tiraría desde el puente que había cruzado.
8 de diciembre
La realidad es tan diferente de lo que cuentan los mass media españoles que no me apetece abordarla de otra manera que ésta. No soy un incondicional, lo diré pronto, mi izquierda es la de los anarquistas, los situacionistas, los marxistas libertarios, los consejistas, los autónomos, los espartaquistas, pero cuando se vierten tantas mentiras sobre algo hay que salir de la trinchera de la pureza y hacer un poco de justicia. Yo no veo miedo en esta gente, y lo esperaba en alguna de sus formas, no veo esclavitud, ni un mundo paralelo de propaganda, ni que los diarios oculten las dificultades, ni los intelectuales, ni los trabajadores, ni los cineastas, no he visto poblados miserables, ni ejecuciones hipotecarias, ni gente durmiendo en túneles, ni la policía reprimiendo manifestaciones populares, ni desempleados, ni suicidas, ni hambre, ni gente desesperada. Veo que hay problemas, pero de otra índole, y a personas responsables y con mucha paciencia. Quizás demasiada, pero ellos miran cómo están sus vecinos del Caribe o de Iberoamérica y no me extraña que la tengan.
6 de diciembre
Hace tiempo, en un viaje a Cantabria, los fotógrafos Nacho Sayas y Antonio Picazo me decían que en todas partes del mundo la gente vive. Viven sean cuales sean las circunstancias políticas, viven porque ríen, porque se enamoran, viven aunque tengan que atravesar la ciudad o el campo para traer agua o para llevar una palabra. Así que desde que llegué a Cuba no voy buscando tanto la vida, que la hay a raudales, en todas partes, como las condiciones que se establecen para vivirla. Los cubanos están preparados para un mundo mejor, pero ciertos intereses quieren adjudicarles uno tan malo como aquel en el que se encuentra la mayoría del resto del planeta. “La vida no vivida es una enfermedad de la que se puede morir”, decía Jung. Alguien debería susurrárselo a la carcoma de quienes quieren devastar este país para roerlo como roen España.
4 de diciembre
Tras diez horas de viaje el avión hace escala en Santiago de Cuba a sólo una hora de trayecto de La Habana. Carmen Gray, la crítica de cine de Sight&Sound y Dazed&Confused, presidenta de nuestro jurado, y yo, bajamos a estirar las piernas. Llegamos hasta una cafetería, donde sentados alrededor de la barra fuma un puñado escaso de españoles que ha venido en el mismo vuelo que nosotros, y que ya sienten a su manera la urgencia del destino que han elegido para sus vacaciones. Entonces un trabajador de pista del aeropuerto se acerca y me dice “¿Usted es de España? ¿Qué le ha parecido el viaje? ¿Qué le ha parecido el avión? Aquí tenemos muy pocos aviones, no como en su país, pero los cuidamos mucho”. El viaje es largo, le digo, y todavía no ha comenzado. Sobre los aviones de España sus propietarios quieren echar a la calle a 7000 trabajadores de la compañía de bandera. El presidente de la patronal tenía otra línea aérea, de mucho éxito, decían. Hace pocos días le detuvieron después de que él quebrara la empresa. Guardaba lingotes de oro en su casa y se compró un Ferrari mientras se negaba a pagar a los empleados y a los proveedores. En esto de los aviones era un hombre con experiencia. Fue el que adquirió Aerolíneas Argentinas por un euro para sanearla y la saqueó hasta dejarla sin ningún patrimonio, excepto deudas de miles de millones, casualmente a empresas de las que también era propietario y que le alquilaban a la matriz aparatos y material que le habían pertenecido antes de ser comprada por este empresario. Así que no extraña que ustedes cuiden de sus aviones, y que le pregunten a los pasajeros qué tal les ha ido el vuelo, porque son suyos. Y si alguna vez un viajero le mira con mala cara y le contesta que lo único que le interesa del avión, como dicen en mi país, “es que le lleve y le traiga”, dele un paracaídas, ya que más pronto o más tarde los indiferentes y los falsamente “prácticos” van a tener que usarlo.
Suelto todo de carrerilla consciente de que estoy dando “el mitin”, y de hecho varios de esos turistas que están escuchando, un poco sonados por el trayecto, deciden separarse de la barra en ese mismo momento y pasear por la cafetería mirándose los zapatos. Quizás en ese vacío que ahora delimitan con aire de “señora, haga como yo y no se meta en política”, que decía Franco, alguna palabra les llegue a alcanzar para entender algo más el lugar del que tornan. Si lo hacen, quizás otra palabra, como esta, les arribe un día, para descifrar mejor el país en el que toman tierra.
José Ramón Otero Roko
Publicado en El Cuaderno y en el portal Rebelión.org (Marzo de 2013).