Quizás los conservadores somos nosotros que nos hemos anclado en la modernidad mientras el mundo progresaba al sometimiento. Quizás las ideas que pensamos que emanciparan a los humanos se han vuelto un espejo en el que casi nadie quería mirarse. Quizás la forma menos peligrosa de resistirse a cuanto ocurre es vivir en el pasado, donde unas pocas cosas suceden miles de veces. En Arraianos (Eloy Enciso, 2012), los habitantes de la frontera, los que viven en la Araia entre Portugal y Galiza, recitan una obra de Marinhas del Valle escrita en 1977, estáticos, sin mirarse, y, a diferencia de las películas de Straub y Huillet, vencidos por la naturaleza que les rodea, como si ya hubieran muerto. Cantan, pero salvo ellos mismos, nadie les escucha. Traen a la vida las “bestas”, pero sólo para sustituir las que fallecen por otras nuevas que logren que todo permanezca como estaba. Esperan desesperadamente que continúe el sinsentido en una Galicia a la que todo le es ajeno excepto una costumbre cuyo origen se pierde sin permitirnos adivinar quién la impuso.
Arraianos es un retrato de un lugar en el que fracasó el siglo XX. Un retrato de amor por un modo de vida que parece un recuerdo más que un acto en plena vigencia, fascinados por el entorno, posiblemente hasta perder el conocimiento y pensar que su única función, su única razón de ser, es la perfección de lo sencillamente bello. Hay que querer mucho a esa tierra para mostrarla sin otra épica que la que le es inherente por ser uno de esos sitios que han logrado detener el tiempo. Desde hace un par de décadas sentimos que el mundo que hemos conocido los que ya vamos teniendo algún año, el mundo que conocieron nuestros padres y nuestros abuelos, se nos escurre de las manos y tratamos de recoger y guardar las pruebas de que alguna vez existió, de que por un tiempo fuimos simultáneos aunque no contemporáneos. Ese mundo fue la única manera que encontraron sus pobladores de hacer habitable una clase de perfección en la que no había sitio para el ser humano. Las fragas galegas, los ríos de oro, los caminos imperceptibles, cubiertos de hojas, la parte exterior de un océano en el que a menudo no se podía nadar. Que los hombres son unos entes extraños a la naturaleza de esa tierra lo demuestran cada año los incendios que se extienden durante días en un suelo, que de seguir cubierto de robles y castaños, jamás hubiera permitido que el fuego recorriera un sólo metro. Y lo demuestran ellos mismos, pendientes de que la pedra, el árbore y el ceo, el cielo, sigan en el mismo sitio y no se abalancen sobre los pocos que quedan tratando de vivir a su lado.
Arraianos, que se estrena el viernes 13 de septiembre en salas (Filmax en Corunha, Cinemes Girona en Barcelona, Renoir Princesa en Madrid) y simultáneamente se lanza en DVD, en una espléndida edición con libreto y multitud de extras a través de su página web, y VOD en las plataformas Filmin, MUBI, CANAL+ Yomvi y 400 Films, por la distribuidora granadina Cine Binario, es un documento, no una historia ni una película convencional, sobre un territorio hasta ahora habitado, sostenido por un frágil equilibrio entre la humanidad que fuimos y la selección natural a cuya cabeza lo hemos destruido y construido casi todo. Los ecólogos dirán que estos habitantes de la frontera practican un “estilo de vida” sostenible, que no pone en peligro su hábitat. Sin embargo habría que intentar pensar que hay más opciones aparte de esa y la de los urbanitas, porque las dos son una constante servidumbre, una sometida a una belleza y perfección que no nos necesita y la otra a deseos y sueños que sólo es posible alcanzar si aceptamos ser sus prisioneros.
Y posiblemente por eso Arraianos es una obra que trasmite un cierto temor de que ese mundo se desmorone o de que, al contrario, permanezca impermeable, intangible a los que sólo tienen ojos para mirar hacia el futuro. Cada año que pasa es un año más que ese trozo de nuestros antepasados logra salvarse a cambio de jurar obediencia a un ente que en las ciudades no creemos que exista, porque no somos capaces de verlo ni de sentirlo. Sin embargo ahí está, haciéndonos pagar un alto precio por abandonarle, por no sentir miedo ante él e ignorar su presencia.
José Ramón Otero Roko
Publicado en El Asombrario de eldiario.es en septiembre de 2013.