La ciencia-ficción, sea buena, mala, o regular, muestra casi siempre unas posibilidades semánticas que el cine de sucesos, o el de crónica rosa, no nos proporciona. Quizás se deba a que elaborar una película de anticipación supone imaginar un mundo al completo, una estructura total, una causalidad genuina que concierne a nuestros descendientes más allá de nosotros mismos. ¿Del conjunto de lo posible, y de lo presuntamente imposible, qué es lo que podría sucederle a la sociedad en que vivimos? O mejor aún, de todo lo que sucede ahora ¿qué se convertirá en la piedra angular del futuro? El ensayo-ficción sirve para denunciar el presente invitando a observar el porvenir. La parábola, por dura que sea, es siempre esperanzadora, porque entre el hoy y la posteridad hay todavía tiempo suficiente para transformarlo todo.
Sin embargo esa línea temporal disminuye a medida que nos acercamos al momento de la verdad, y se hace infinita si giramos la cabeza y analizamos el camino que toman las cosas desde hace mucho. En el film “Rompenieves” (SnowPiercer), del cineasta surcoreano Bong Joon-Ho, lo que queda del mundo es un tren que cada 365 días da una vuelta completa a un planeta congelado tras el cambio climático. Un tren con incontables vagones, organizados por estamentos sociales y condiciones de vida. Es el samsara budista, en el que los del furgón de cola pierden brazos y piernas mientras esperan reencarnarse en los que están un coche por delante. Y es la lucha de clases, dado que trascender en vida el estadio en que permanecen supone abrirse paso colectivamente hasta la locomotora, redimiendo a sus iguales y condenando a quienes se les opongan.
“Rompenieves” está basada en una novela gráfica de la década de los 70 de los franceses Lob y Rochette y la versión cinematográfica sufre en ese mismo camino de purificación presente en los pensamientos religiosos orientales, porque va de menos a más, de la falta de definición y la torpeza del inicio, a las secuencias más depuradas a partir del segundo tercio. Lo interesante estriba en que es una película de acción que se pone al servicio de una causa justa. Acusa al sistema económico, rebate a quienes lo apuntalan y promueve una rebelión. Si la rebelión triunfa o fracasa, o nos conduce al nirvana, donde nada hay y todo está por hacer, es cuestión de las formas de organizarse de una inmensa mayoría que de otro modo quedará tirada en los raíles.
Al fin y al cabo no necesitamos de muchas metáforas para ver nuestro mundo reflejado en uno todavía más oscuro que llega de avanzada. Los parlamentos de Tilda Swinton y Ed Harris (dos de los protagonistas de la película junto a Chris Evans y John Hurt) los hemos oído multitud de veces provenientes del consejo de ministros de un gobierno elegido por no más del 20% del censo electoral. Quédense donde están. No bajen del tren. Y el tren va a estrellarse porque no logrará transitar indefinidamente aguardando a que el mundo vuelva a ser lo que creímos que era.
El hijo del otro, de Lorraine Levy.
Ante la imposibilidad de definir, aunque sea cierto, la guerra de Israel con Palestina como un conflicto entre ‘árabes’ o hermanos, ya que después de 70 años de destrucción de un pueblo por otro hay una diferencia abismal que hace muy difícil la reconciliación, sí se puede plantear, y la película (francesa) de Lorraine Levy lo hace, un caso excepcional que, llevado al extremo, fomente la reflexión. Dos bebés, uno judío y otro palestino, fueron intercambiados por error en un hospital en Haifa. La cuestión es que para narrarnos esa colisión se dulcifica todo. La situación económica de una de las partes, el papel del ejército israelí y los controles “fronterizos”, la identidad de agresores y agredidos. El film busca sensibilizar a los israelíes jugando desde su campo, aunque suponga restar más veracidad a la historia. Y sin embargo, aun atendiendo a que se trata de un producto destinado a la comunidad judía internacional, y a favorecer el paternalismo, se encuentran momentos de autocrítica que ponen en valor algunas aspiraciones del largometraje.
Las Maestras de la República, de Pilar Pérez Solano.
Premiada con el Goya al Mejor Documental, y producida por la FETE- UGT, debemos decir que se trata más de una pieza para televisión que de una creación cinematográfica. A partir de ahí, la obra, que ha tenido un cierto recorrido en salas, y sobre todo en sedes del sindicato mayoritario, puede verse ahora en lugares como Filmin con la tarifa plana a precio reducido. Una pieza que efectivamente está concebida pensando en que se convierta en un elemento de debate que reivindique las raíces del partido. Hay autocríticas al propio modelo que siguió el PSOE desde la Transición y que optó por olvidar completamente el legado del socialismo republicano. También interesantes datos de los procesos de los que fueron víctimas estas mujeres, casi la tercera parte de las 60.000 maestras y maestros que fueron fusiladas o purgadas por el fascismo. El conjunto es tibio, a excepción de algún testimonio directo. Pero puede ser un síntoma de descongelamiento, uno solo, en ese iceberg del centro-izquierda que ha mirado cuanto menos con frialdad a los que han luchado por la justicia social, incluso si lo hicieron bajo la misma bandera.
Viva la libertad, de Roberto Andò.
Mirar el pasado, como hace el film anterior, es mucho más constructivo que fundar todas las esperanzas en el providencialismo de un caudillo. No es el caso de esta película que parece llamada de nuevo a movilizar las bases sociales del centro-izquierda promoviendo un contenido examen de conciencia del papel que juegan en la política italiana. El protagonista es el líder de las “oposición”, que se ha negado a ser una alternativa a nada, y que es reemplazado por su hermano, un filósofo recién salido del manicomio que renovará en 15 días las expectativas de la formación declarando algún sentido común y mucha pasión por los clásicos, literarios eso sí. El argumento presenta sorpresas, provoca algunas carcajadas y desaprovecha poco a poco sus potencialidades en aras otra vez de un mensaje moderado que funde su esperanza a que el azar disponga un candidato a la presidencia del gobierno con un gemelo más abierto de mente y al que al menos le dejen, si no decidir algo, declarar lo que debería hacerse aunque no se haga.
Por José Ramón Otero Roko.