Todavía hay una pequeña comunidad de resistentes, en el arte y en el cine, que consiguen definir lo que es un acontecimiento y lo que no, al menos en su estricto y particular juicio, y eso significa mucho en un modelo social que tiende a exagerar las pequeñas diferencias y a uniformizar las grandes. Parte de esa comunidad, los franceses Jean-Marie Straub y Danièlle Huillet hicieron dos películas extraordinarias sobre Cézanne. Una en 1989, a la que da título el nombre del pintor, y otra en 2003, llamada Una visita al Louvre, y que al parecer nadie, de aquellos a los que se oye en todas partes, escuchó. No sorprende porque son films muy difíciles que requieren predisponerse contra el entretenimiento y que constan en su mayoría de planos fijos de obras pictóricas mientras una mujer lee el parlamento del autor. Parlamento que corresponde a una entrevista con el poeta Joachim Gasquet, publicada unos años después de la muerte de Cézanne, en 1921.
Sin embargo las comunidades de cinéfilos ven ahí otra cosa. Ven que la voz no lee, sino que interpreta, casi en un sentido morfológico, el sentimiento de Cézanne. Que la ausencia de ¿acción? no va en detrimento de la historia, sino que permite que se constituya a sí misma, incluso como Historia con mayúscula. Que en esas dos películas no sucede casi nada, o mejor dicho, no sucede absolutamente nada y sin embargo salimos eufóricos celebrando nuestra admiración por el Arte, con A capital de Acción.
No sucede nada. La editorial barcelonesa Intermedio publicó en los últimos años cuatro tomos con las obras completas en DVD de Straub y Huillet y, más allá de los galos de filmotecas y festivales, cualquier soldado romano que contemplara hoy una de esas películas caería aterrorizado. Porque es además esta misma editorial la que lanza recientemente una edición sencilla, pero cuidada, de las dos películas de las que hablamos, con el título ‘Soy Cézanne”, y el DVD se convierte, para sorpresa de quienes no miran ni escuchan, en un objeto de culto, como casi todo lo que publica el sello Intermedio, adorado por quienes sólo temen que el cielo se nuble y se rompa, y caiga una vez sobre sus cabezas.
No es un cine fácil ni para todos los públicos, privatizados por cierto por la industria de Hollywood, pero ¿quién dijo que el cine tenía que ser fácil? ¿Quién ordenó que el cine tenía que parecerse al cine, o a lo que nos han dicho que debe ser el cine, y no a algunos libros, a algunos discos, a algunas esculturas o pinturas? Si seguimos así ¿qué va a ser de la cultura humana que fue creada antes de que nacieran los videoclips?. “Hacer una película – dice Straub, citado por la Historiadora del Arte Natalia Ruiz, en el interesantísimo cuaderno de 28 páginas que completa el pack – siempre ha supuesto para mí partir de una emoción, de una revuelta, de una pregunta, de una experiencia, y en absoluto del cine”.
Como decimos, no va a suceder nada. No debe suceder nada porque es necesario que prestemos al contemplarlo toda nuestra atención, toda nuestra capacidad para concentrarnos, en la pintura y el pintor. No hay, al contrario de en la casi totalidad de las imágenes que consumimos en el mundo contemporáneo, un efecto contagiado como un virus, una empatía inducida por los trucos del cinematógrafo. La voz en off tiene exactamente la fuerza y la energía que está en la esencia del sentido de lo que se pronuncia en el libro. Nada es teatral, sólo expresión y significado. Los cuadros los filma uno de los directores de fotografía más prestigiosos de su tiempo, Henri Alekan, calificado como “el poeta de la luz”, y sin embargo son planos fijos, a la velocidad de seis fotogramas por segundo, en vez de los 24 usuales. Nadie nos va a convencer de que sigamos viendo la película si no estamos pensando en lo que leemos y escuchamos. Y no siempre, porque dos fragmentos en alemán, al igual que una escena de la Madame Bovary de Renoir, quedan sin traducirse al castellano por decisión de Danièlle. Es entonces cuando una lengua que desconocemos se convierte en música, y otra que comprendemos se transforma en un descubrimiento.
Soy Cézanne, dice Cézanne, o la mujer que da voz a Cézanne, al final de Una visita al Louvre. Sois Cézanne y sois Huillet, y sois Straub, ofreciendo una razón de ser a todo aquello por lo que casi nadie jamás se preguntará por qué razón está ahí. Excepto una pequeña comunidad que ve el cine que el mundo renunció a ver y escucha las palabras ante las que otros se han negado a comprenderse.
Por José Ramón Otero Roko
Publicado en El Cuaderno (Septiembre de 2014) y en Rebelión.org (Noviembre de 2014)